SALUD | ME TOO

Salud Julio 2018

Las grandes t r a n s f o r m a c i o n e s sociales eran procesos muy lentos, hasta mediados del siglo 19 tomaban milenios, como el paso de la edad de piedra a la del metal; luego tomaron centurias enteras, como ocurrió con las conquistas de América, las revoluciones políticas y la industrial; posteriormente bastaron sólo décadas para ver las grandes transformaciones sociales con la llegada del feminismo y la internet. Pero lo que acaba de suceder en el terreno de los derechos de la mujer ha sido una revolución brusca y estruendosa que ha tomado solamente unas pocas semanas, gracias a la campaña mediática llamada #Me too (a mí también).

Tan estruendosa ha sido que estremeció los cimientos de una de las instituciones más prestigiosas del mundo, como lo es el premio Nobel: en 117 años de existencia, el premio de literatura, considerada la máxima distinción anual a la intelectualidad del planeta, se ha dejado de entregar ¡por cuenta de los escándalos sexuales del esposo de una de las miembros del jurado! Nada más bochornoso para semejante élite de la cultura. Sólo siete veces se había dejado de otorgar: seis por cuenta de los años de las guerras mundiales, y una vez, en 1935 porque fue declarado desierto.

Pero no es el Nobel la única institución sometida al escándalo por cuenta de la lujuria de sus jerarcas. Tal como pasa en las cumbres de la intelectualidad, sucede lo mismo en las de la espiritualidad. Así vemos casi a diario noticias de pecados carnales de eminentes purpurados como los arzobispos de Chicago, de Boston, de Australia o de Guam, entre otros; obispos y Me toolíderes religiosos de Chile, Perú, Brasil y varios otros países, varios de ellos presos por violación de menores.

Y ni qué decir del mundo de la política a todo nivel. Ya no es solo Silvio Berlusconi, Il Cavaliere, mujeriego frenético que se ha visto envuelto en miles de escándalos, sino muchos otros, sobre todo ingleses y norteamericanos, todos ellos miembros destacados de las sociedades más pacatas del mundo. A John Mayor, primer ministro inglés se le conoció como el camandulero por sus frecuentes exhortaciones a la fe y a la moral, pero también por su mal ejemplo. El viejo episodio de Bill Clinton con la pasante Lewinsky ya es una vieja anécdota del catálogo de experiencias de la simbiosis poder/sexo, que tiene ahora en la picota al mismísimo presidente Trump por pagar con dineros no muy claros sus desafueros uterinos.

En esa larga lista se ven nombres como los de los exgobernadores del estado de Nueva York Eliot Spitzer y David Paterson; multitud de congresistas demócratas y republicanos; el director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, el director de la CIA David Petraeus, ministros de Canadá y Francia, presidente Ortega, de Nicaragua. La estrella de la serie más famosa de Netflix -House of Cards – fue despedido por acusaciones de acoso. En Colombia son muy escasas las noticias relacionadas con el tema, no por virtuosismo de nuestros dirigentes sino porque en esta sociedad machista eso no es noticia.

El tema ha comenzado a agitarse en el mundo entero a partir del escándalo generado por la denuncia de los abusos cometidos por un gran productor de cine de Hollywood (Harry Weinstein), quien sometió a sus caprichos a una larga lista de aspirantes a actrices hasta que una de ellas tuvo el valor de contarlo. Al enterarse de esto la actriz Alyssa Milano abanderó una campaña para que en las redes sociales las mujeres de todo el mundo cuenten, sin miedo ni pudor, sus malas experiencias. Ahora se tienen decenas o centenares de miles de denuncias de acoso sexual que estaban bien ocultas, algunas por temor a represalias, otras por la vergüenza que sienten las víctimas.

Esta salida masiva de esa especie de prisión moral en que se hallaban las mujeres supone una transformación radical en el relacionamiento hombre – mujer, al menos en los terrenos político, laboral y académico, en donde existía una clara subordinación sexual de la mujer frente al varón. Ahora la cosa será a otro precio, los hombres saben que cualquier acto de acoso puede tener un elevado costo social, laboral y económico, y, por su parte, la mujer ya sabe que denunciarlo no debe ser algo vergonzoso, ya perdió el miedo.

Quizás con esto no desaparezcan las rutilantes carreras laborales impulsadas por favores sexuales, pero serán eso: favores consentidos, no imposiciones humillantes. Con todo, desde hace uno cuantos años en las grandes ciudades comenzó a verse a una mujer más preocupada por exhibir títulos de postgrado que cirugías plásticas, saben muy bien que su valor reside en lo que tienen sobre sus hombros y no debajo de ellos.

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