ANÉCDOTA | GUERRA POR UN DESPECHO

Hay anécdotas que resultan ridículas al extremo, como una que nos avergüenza a los colombianos y que tuvo ocurrencia en 1867 y nos mantuvo en medio del conflicto internacional más largo que haya existido jamás, excepto del eterno conflicto entre árabes e israelíes, que es milenario y obedece a razones mucho más profundas que las estupideces que motivaron el conflicto entre Colombia y Bélgica. El otro conflicto internacional en el que se vio involucrado nuestro país fue contra Perú y solo duró un año, o menos, entre 1932 y 1933.

Por fortuna ni los belgas ni nadie se enteró de tal guerra que declaró el presidente boyacense José de los Santos Gutiérrez, nacido en el Cocuy, Boyacá. Entonces Boyacá era un estado y no un departamento. Bélgica ya era un país del primer mundo y sonaba muy pretencioso que la tierra de las habas, la papa y la carranga pretendiera enfrentársele militarmente por razones absolutamente desconocidas para el resto de los colombianos y, más aún, de los belgas.

Pues la afrenta que Colombia quería vengar nada tenía que ver con alguna burla que los europeos hubieran hecho del acento, de la música o del baile boyacense, o porque algún belga despectivamente les hubiera llamado boyacos. La motivación era más sublime: se trató de un desamor, de un despecho. Había sufrido un golpe demoledor en su ego al ser despreciado por quien creía su suegro.

Para darle mayor contexto a la historia de la guerra intercontinental colombiana debemos remitirnos el 24 de octubre de 1824, fecha en la que nació José de los Santos Gutiérrez en el Cocuy. Siendo adulto llegó a ser un importante político de Colombia, de hecho, fue presidente del país entre 1868 y 1870, periodo en el que se definieron los límites con Brasil, se celebró el primer contrato de concesión para la exploración y excavación de un canal interoceánico por el istmo de Panamá, y se dice que le dio importancia a la educación pública.

Prueba de que José de los Santos provenía de una familia muy pudiente e influyente es que siendo muy joven integró una importante delegación de colombianos para estudiar «Leyes y conocimientos generales» en Bélgica. Si bien el objetivo principal era estudiar, “el amor aparece a la vuelta de cualquier esquina”, como reza el refranero popular. En la ciudad de Lovaina, en donde vivió en aquella época, a casi 9.000 km de su querida Boyacá, conoció a una mujer belga llamada Josefina, de la cual Santos Gutiérrez habría de enamorarse perdidamente.

El encanto boyacense, colombiano y latino se hizo presente en Lovaina y Josefina sucumbió finalmente a los embates amorosos de José de los Santos: finalmente nuestro paisano comenzó a ser correspondido.

En una época sin mensajes de texto ni videollamadas, una separación continental podría significar perder el contacto para siempre. Debido a esto, Santos Gutiérrez empezó los preparativos para para traer a Josefina a Boyacá y a organizar una pomposa boda. La ilusión del boyacense no podía ser mayor, sólo faltaba la aprobación de los padres de su amada para que su júbilo fuese inmortal. Pero todo le salió mal, por lo que volvió a Colombia alicaído, con el ánimo destrozado y surcado por el dolor. Los padres de Josefina rechazaron radicalmente su relación y mucho menos que su amada hija se fuera a vivir al trópico, debido esto, cuentan que los padres hicieron todo lo que estuvo a su alcance para evitar la unión de Josefina con el boyacense.

Santos Gutiérrez al parecer siguió con su vida una vez llegó al país, fue estadista, militar y político militante del Partido Liberal. En el tiempo en que el país fue nombrado como “Estados Unidos de Colombia” el cual se dividía en nueve estados, uno de ellos Boyacá, y Santos Gutiérrez fue presidente de este en 1863. El tiempo iba pasando desde su regreso, sin embargo, al parecer su pensamiento se quedó en Europa porque en 1867 cuentan que, seguramente, con Josefina y sus padres apareciendo aún en sus ojos y a lo mejor con un profundo rencor que estuvo guardando durante esos años tomó la decisión de enviar una misiva a Bruselas en la que el estado de Boyacá le declaraba la guerra al reino de Bélgica.

Pero, por cosas del destino, debido a las deficiencias del transporte de correspondencia en la Colombia de esa época la carta no pudo cumplir su fin bélico: nunca llegó al reino de Bélgica. Es por esto por lo que pocos colombianos, incluso boyacenses, y aún menos belgas, conocen el conflicto en el que estuvieron envueltos por 121 años.

Pocos le dan credibilidad a esta historia, que es realmente absurda, pero todos sabemos la gran cantidad de cosas increíbles que suceden en nombre del amor. Los correos colombianos eran aún peores que los actuales y por ello no existen registros de la misiva, de lo que si existen registros y certezas es que en 1988 el embajador de Bélgica en Colombia, Willy Stevens, conoció la curiosa guerra en que su país estuvo involucrado por más de cien años y organizó la firma de un armisticio simbólico con el entonces gobernador de Boyacá, Carlos Eduardo Vargas Rubiano, el 28 de mayo.

La firma se celebró en la ciudad de Tunja, y contó con la participación de los embajadores en el país de Bolivia, Uruguay, Holanda, Marruecos, Líbano y China, quienes oficiaron como testigos. Asimismo, participaron varios representantes de la colonia belga en Colombia, y la televisión pública del país europeo se encargó de cubrir el curioso acto de paz entre ambas partes. De esta forma concluyó una guerra que nunca fue, al igual que el amor de Josefina y Santos Gutiérrez. Los boyacenses que conocen esta historia se sienten orondos porque no tienen nada que envidiarle a Verona y su historia de Romeo y Julieta.

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