SICOLOGIA | OPTIMISMO

Dicen los expertos economistas que el optimismo es y debe ser el principal instrumento para que no colapse la economía. Es fundamental para que los inversionistas sigan creyendo en el país y apostándole a su futuro creando empresas y oportunidades de trabajo.

Es claro que el optimismo debe ser racional para no caer en una mala y destructiva ilusión colectiva y, mejor, tener una visión positiva del mundo, de la capacidad humana y del comercio global.

La humanidad ha desarrollado una capacidad incomparable para resolver sus retos más apremiantes. No obstante, es curioso ver que en los últimos 200 años los pesimistas han dominado la discusión sobre los temas globales más relevantes, pero todos ellos han fracasado en sus pronósticos.

En contraste con las predicciones más pesimistas, la humanidad no se ha colapsado, al contrario, en los últimos 1,000 años: la esperanza de vida se incrementó significativamente, los índices de violencia disminuyeron y el ingreso promedio creció exponencialmente. De hecho, la especie humana es la única que ha sido capaz de incrementar continuamente su calidad de vida. Ninguna otra especie de cerebro prominente como los delfines, los chimpancés, los pulpos o los pericos han logrado esto: evidentemente no es un tema de tamaño cerebral.

Entonces, a pesar de que el cerebro humano no ha crecido en cientos de miles de años, ¿cómo hemos logrado todo esto? Lo que explica el éxito incomparable del Homo sapiens no es sólo el tamaño de su cerebro, ni su tecnología, ni el lenguaje –todas ellas condiciones necesarias, pero no suficientes. Sin duda la causa evolutiva de este progreso constante es la invención del comercio, algo que los neandertales, de cerebro más grande, no lograron replicar.

Gracias al comercio entre extraños, la humanidad ha logrado desarrollar una “inteligencia colectiva” en beneficio de todos. Gracias a esta singular invención, los cerebros individuales están “conectados”, con lo que el Homo sapiens ha sido capaz de crear una mente compartida creciente y multiplicar, gradual pero interminablemente, el conocimiento y la calidad de vida.

¿Cómo se logra esto? El comercio permite que las ideas de unos y otros, a pesar de las distancias, se recombinen, que “tengan sexo”.

Hace unos 100,000 años, gracias al comercio entre comunidades remotas, las ideas comenzaron a comportarse como genes, a replicarse, mutar, competir, seleccionarse y acumularse, para acelerar la evolución, no biológica, sino en la mente colectiva. En este proceso, se produce una selección natural entre ideas.

En algún momento de la historia, los seres humanos empezaron a intercambiar bienes y al hacerlo, el conocimiento se volvió acumulable, con lo que nació la idea de progreso. “El comercio es a la evolución cultural, lo que el sexo a la evolución biológica”, afirma Matt Ridley, reconocido economista, zoólogo y banquero.

Gracias al comercio, nació la división del trabajo, que permitió especializarse en una tarea, desarrollarla eficientemente e intercambiar los excedentes de producción por otros bienes. La experiencia humana ha cambiado significativamente en los últimos 100,000 años, hoy disfruta de dispositivos absolutamente inimaginables hace apenas un siglo. Pero ningún humano (o empresa) en lo individual podría crear alguno de los instrumentos avanzados en los que basa su progreso nuestra especie.

Sólo basta observar lo que hay en nuestra oficina para darnos cuenta de ello: un smartphone, una i-Pad, un televisor de pantalla plana y la computadora donde escribimos y navegamos en Internet. No existe un solo ser humano que sea capaz de recrear en lo individual ninguno de estos instrumentos ni el software que les da vida.

Las naciones más abiertas al comercio global son las que mayor bienestar económico han logrado: el signo más claro de prosperidad es la especialización, entre individuos, regiones y países, y la especialización no se puede lograr sin el intercambio.

En contraste, las civilizaciones que han colapsado lo han hecho porque sus gobernantes burocratizaron, estatizaron y monopolizaron los procesos productivos y dificultaron el comercio. La lección histórica es bastante obvia: el libre comercio impulsa la prosperidad, mientras que el proteccionismo y la autosuficiencia sólo traen pobreza. En la historia de la humanidad escasean los ejemplos de un país o región que se haya empobrecido por abrir sus fronteras, como tampoco existe una sola nación que haya logrado el progreso cerrándose al comercio.

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