PERFIL | TRADICIÓN DE BUEN GUSTO

Esposos – Fundadores
Herman García Zamorano y Angelica Paz Vda. de García

La historia de La Mazorca está bien grabada en la memoria de la gastronomía cucuteña. Inicia con don Hermán García, vallecaucano que llega a Cúcuta hace más de 50 años con la intención de seguir a Venezuela, tal como lo hicieron entonces millones de compatriotas seducidos por la moneda fuerte de ese país y la facilidad de encontrar trabajo. Por algún inconveniente no pudo proseguir el viaje y debió quedarse en Cúcuta, donde en 1961 puso una pequeña tienda pasos arriba del teatro Zulima, junto a la librería Toby y al almacen J. Glottman.

“Quienes le conocían sabían que había sido un excelente cocinero que tenía restaurante en el último vagón del Ferrocarril del Pacífico  y le pedían sancocho valluno para los sábados, lo que derivó en que el local se convirtiera en restaurante permanente y en una especie de consulado valluno en Cúcuta. En el año 1968, muere don Herman  García, quedando el restaurante en manos de mi mamá, Angélica  Paz.  En  1972 ya en el pequeño local no cabían los comensales y se debió tomar en arriendo, por cuatro mil pesos, la gran casa donde hoy funciona La Mazorca en la Avenida Cuarta entre calle nueve y diez”, nos dice Fernando García Paz, hijo de los fundadores.

En esa época no había tanta competencia en el ramo de la gastronomía en Cúcuta. Los restaurantes más reconocidos eran El Gordo, que quedaba en la triple esquina de la Avenida Cero, la Calle Séptima y la Diagonal Santander; Mi Parrillita, que quedaba al frente; Chez Esteban; Mi Cabaña, en la calle 11 entre avenidas 2 y 3; la inolvidable Lunchería Cúcuta en la calle 16 entre avenidas 3 y 4; el restaurante Capri, en la calle octava entre 5 y 6; los pollos Picapiedra, en la Avenida 6 con calle 8; el restaurante Mario, en el Bosque Popular); el Aire y Sol, en la terraza del edificio Faillace, Doña Pepa, la Casa del Pollo, y finalmente el Merendero y Los Ochoa, ambos en la autopista a San Antonio. “De aquellos antiguos restaurantes sobrevivimos solamente cuatro”, dice Fernando.

Hermanos García Paz – Herman, Lucero, Fernando, Kelly, Eva y Nohemy García Paz

“La década vivida entre 1972 y 1982 fue maravillosa para todos los que teníamos algún negocio en Cúcuta, pero vino luego la caída estrepitosa del bolívar y todo fue confusión y caos. La gran preocupación de nuestra madre era que todos estudiáramos, deseo que le fue cumplido cabalmente pues todos los hijos nos hicimos profesionales. La formación universitaria nos fue muy útil para la conducción del negocio familiar, pues gracias a ello nos organizamos mejor y por ello tenemos hoy día cinco puntos de venta y un gran centro de producción desde donde surtimos cada día a nuestros restaurantes”.

“Tenemos una granja donde producimos el 40% de lo que consumen los cinco restaurantes en verduras, carnes, pollos y granos, con lo que garantizamos a nuestros clientes alimentos realmente orgánicos y de calidad excelsa”, dice Fernando.

“Como todos los empresarios colombianos, nos quejamos de los excesivos impuestos con los que el Estado se convierte en un socio que muerde muy duro. Pagamos tributos por Impoconsumo, Sayco Acimpro, Ica, Predial, Uso de suelo, ImpoRenta, Iva, 4×1000 y demás”.

A pesar de todos los altibajos que se han presentado en la región, que afectan el movimiento comercial de la ciudad, la Empresa se presenta como una entidad sólida, organizada, comprometida con la región creadora de empleo formal y sobre todo, fiel representante de nuestra colombianidad.

“Creemos que a Cúcuta le hace falta más infraestructura, como un nuevo terminal de transporte, un centro de convenciones, algún parque temático, un mejor aprovechamiento del llamado centro comercial a cielo abierto, donde haya zonas húmedas para refrescar a los peatones en este clima y un manejo más responsable del espacio público. Luego de 50 años de vivir en Cúcuta, sentimos a la ciudad tan propia como cualquier raizal”. 

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