AMOR Y AMISTAD | AMORES PRÁCTICOS

La sociedad evoluciona a una velocidad tan sorprendente como el ritmo al que avanza la tecnología. En la edición N° 54, de enero, de Unicentro Contigo hablábamos de la obsolescencia programada que acompaña a muchos aparatos y equipos que compramos y al poco tiempo presentan desperfectos que los hacen irreparables y nos toca comprar uno nuevo, pues, así como tales aparatos han dejado de existir, muchas de las costumbres de hace tan solo veinte años ahora resultan absolutamente obsoletas e inaplicables en el mundo de hoy.

El amor no podía escapar a esta nueva concepción de la sociedad en la que los nuevos cánones parecen estar inspirados la practicidad y funcionalidad de las relaciones. Esos noviazgos relativamente largos que se tenían como una obligada etapa previa al matrimonio se acabaron, como de hecho con ello también se viene extinguiendo paulatinamente el matrimonio.

El noviazgo tenía cara de formal cuando mediaba una promesa de matrimonio y así los suegros le permitían al novio ciertas licencias, como dejar llevar a la niña a fiestas hasta altas horas de la madrugada. Esos momentos preliminares del matrimonio eran tiempos muy agradables que ya quisiera cualquier novio prolongar indefinidamente. Pero no, no era posible, comenzaban las tías y la amigas a presionar sutilmente con el tema del vestido, de las invitaciones, de la comida, los músicos y la ropa de playa para la luna de miel.

Antes del año el matrimonio comenzaba a mostrar fisuras y a los dos años ya eran unas grietas enormes que anunciaban el colapso inminente. Pasado el estruendo del derrumbe nupcial los padres de la novia comenzaban a dar muestras de un cambio en su manera de pensar. Ya habían pagado hasta el último peso de lo que debían de la fiesta de bodas y era el momento de alzar la cara, socialmente ya no se veía tan grave el asunto, además no eran ni serían los últimos, aún quedarían unos pocos suegros así.       

Las cosas hoy día son bien diferentes y eso obliga a los suegros mayores de 50 años a ajustar su mentalidad a los tiempos que corren, en donde, como decíamos, las cosas son bien distintas. La virginidad hace rato perdió todo protagonismo y con ello la mujer ha ganado libertad total, se ha quitado de encima el absurdo estigma de no ser virgen y lo que está a la orden del día son los noviazgos con derechos, que es como se le llama ahora al antiguo amor libre.

Así las cosas, cuando el chico por segunda o tercera vez invita a la niña a salir ahí va implícito ese mensaje que a los jóvenes de antes nos tomaba tanto tiempo y trabajo expresar. Sí hay empatía entre la nueva pareja los besos se dan copiosamente desde el primer día y se repiten con mayores bríos en la segunda cita. Al tercer encuentro es inevitable pasar a manteles, eso ya forma parte del nuevo ritual y la iniciática no necesariamente proviene del hombre.

Dos o tres meses después de ocurrido ese tercer encuentro comienzan los anticipos de lo que será una convivencia plena, comparten todo un fin de semana viendo películas desde la cama de él o de ella. Así pueden permanecer juntos por mucho tiempo, seguramente más del que habrían vivido si se hubieran casado con todas las de la ley. Pero dos cosas atentan contra la estabilidad de estas parejas: una tercería y el deseo de alguno de los dos de tener un hijo.

La tercería se da con mayor frecuencia que en las parejas casadas porque de alguna manera se mantiene muy vivo el espíritu de la soltería, fácilmente se cree que no existe el grado de compromiso de fidelidad que se da en el matrimonio y así se cae en una relación alterna, convencidos de que el daño moral y social será menor del que sufre una esposa o esposo formal. Decimos formal solo en el sentido de que se adapta a las formalidades establecidas.

La otra amenaza es la negativa a tener hijos por parte de alguno de los dos miembros de la pareja. Se considera, equivocadamente, que un hijo rompe con el idilio, definido este por el diccionario como “Relación amorosa entre dos personas que generalmente es vivida con mucha intensidad y es de corta duración”.  Un hijo supone y exige mayor estabilidad y duración en la relación, y eso es precisamente lo que los jóvenes hoy no quieren.

Irse a vivir juntos es visto por muchos como lo más práctico porque facilita el recambio, como un repuesto, sin que se causen mayores traumatismos sociales. A este paso las grandes y costosas bodas desaparecerán, y con ello la obligación de dar lujosos regalos.

Deja tu Comentario

Your email address will not be published.