ACTUALIDAD | COMO TIRARSE UNA FORTUNA

Llevaba varios años, ya no sé cuantos, comprando religiosamente dos tiquetes semanales para jugar al baloto. Algo me decía que el día menos pensado me lo ganaría y mi intuición jamás me ha fallado en lo que predice.

Cuando el gran premio engordaba mucho era cuando más fuerza le hacía a mi suerte y me ayudaba yendo a misas, prendiendo velas y haciendo rogativas especiales. Luego de varios años sin ganar nada, para economizar algo no compraba boletos para el juego del miércoles, pero entonces terminaba comprando más boletos para el del sábado. Gastaba cada semana un poco más de veinte mil pesos, y eso le causaba un hueco a mi magro presupuesto mensual. Era  entonces cuando yo creía que así era como ese juego y las otras  cien cincuenta loterías que existen en Colombia explotaban al pueblo con la anuencia del gobierno.

Era curioso lo que me pasaba porque pese a ponerle tanta fe a mi suerte, cada vez que miraba los resultados lo hacía con el convencimiento pleno de que no me había ganado nada. Y así era lo mismo cada semana, sabía que había perdido la plata comprando los tiquetes.

Pero un domingo sentí una sensación muy extraña, una mezcla de deja vu con inexplicable alegría, de manera que sin el pesimismo de siempre esta vez miré mi boleto del juego del día anterior, sentía cierto aire de suficiencia y alguna extraña sensación agradable recorría todo mi cuerpo. Cuando vi que el número de mi boleto coincidía con el que decía mi pantalla del computador no lo creí. Estaba acostumbrado a la desilusión y el desengaño y me quedaba difícil darle crédito a lo que estaba viendo.

Pero sí, tenía el número ganador. Eran las ocho de la mañana y quise correr a cobrarlo pero caí en la cuenta de que era domingo y todo estaba cerrado, debía esperar al día siguiente. La espera me resultó desesperante, como ninguna. No sabía nada, ni cuánto me quitarían por impuestos ni cómo me pagarían mi premio multimillonario. En teoría me había ganado dieciocho mil quinientos millones de pesos, pero lo que sí sabía era que el Estado fiscalista  me quitaría una buena parte al momento de pagarme el premio.

Antes de las nueve de la mañana ya había recibido nueve llamadas telefónicas, cuatro de ellas eran de un contador público amigo nuestro a quien mi mujer acababa de contarle, lo mismo que a dos concuñados y tres amigas suyas. No le reproché nada, en ese momento no vimos lo inconveniente y peligroso que podría resultar divulgar la noticia, todo era alegría. El contador quería advertirme de los riesgos tributarios que corría por empezar a gastar sin tener una buena asesoría.

Mi mujer súbitamente se volvió muy cariñosa y sensual y ya no quiso desprenderse de mi lado. El lunes madrugó a sacarle fotocopias al boleto y me acompañó al banco a cobrar el premio. El subgerente de la oficina nos dijo que nos darían un cheque de gerencia por $2.000 millones y en una cuenta de fiducia nos depositarían $14.765 millones, que era el neto una vez descontado el impuesto de ganancia ocasional y los gastos propios de la fiducia. De allí podría obtener hasta $1.000 millones mensuales, pero que igual podría girar contra esa cuenta montos superiores.

En ese momento lo único que me importaba era que ya podía comprar la súper camioneta Land Rover por la que tanto había babeado desde que la ví en un video publicitario. Desde joven había escuchado que un buen vaquero debe tener un buen caballo y una buena pistola. El caballo era, obviamente, el carro, y la pistola era la formación académica. Simpre me había parecido la camioneta escandalosamente cara. Pero hoy todo era distinto.

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