REFLEXIÓN | Pecados Capitales

Pecados CapitalesNadie está libre de pecado y por eso está impedido de lanzarle piedras al prójimo, eso es claro. Sin embargo, el que todos seamos pecadores no nos coloca en el mismo costal, hay pecados de pecados, categorías según su gravedad y daño a la sociedad, que es lo que sucede cuando los pecados se convierten en delitos.

Igualmente es claro que el castigo no es el tal infierno, con el que infructuosamente la religión ha querido atemorizar a la gente para disuadirla de no pecar. Esto lo ha dicho el mismísimo Papa Francisco al periodista Eugenio Scalfari, en una entrevista al diario La República, de Roma: “El infierno no existe; lo que existe es la desaparición de las almas pecadoras”. Se dice que lo que nos salva de la desaparición es el arrepentimiento de los pecados cometidos, porque este lleva implícito la transformación de la persona en un sujeto bueno (propósito de enmienda).

Hay categorías de pecados, como dijimos anteriormente, y todos, en últimas, se agrupan en los que se conocen como pecados capitales. Según Santo Tomás estos “son aquellos que tienen un fi n excesivamente deseable de manera tal que, en su deseo, un hombre comete muchos otros pecados, todos los cuales, se dice, son originados en aquel vicio como su fuente principal”. Es cuando, por ejemplo, por la avaricia y la ambición del dinero unas personas cometen otros pecados, como robar y matar. Vale decir, los capitales son aquellos pecados que dan origen a malas acciones, algunas de las cuales pueden constituir faltas leves, graves, mortales, veniales, etc.

Los siete pecados considerados como capitales aparecen en un orden que bien puede ser caprichoso y no atender a su gravedad o a la benevolencia con que serán tratados. Así las cosas, conviene conocer nuestro estado del arte en materia de pecados.

La lujuria no es otra cosa que vivir dominados por un pensamiento sexual compulsivo. El grado de intensidad de esa compulsión es lo que marca la diferencia entre disfrutar la vida y meternos en problemas (todo dependerá del nivel de evolución que tengamos). La lujuria es un ingrediente muy valioso en nuestra relación de pareja, pero de la lujuria sin freno se derivan pecados como el adulterio y delitos tan ominosos como la violación, la trata de blancas, el proxenetismo.

La gula se asocia con la glotonería y por eso no se ve como un pecado grave. Sin embargo, se refi ere principalmente a los excesos, en todo, no solo en la comida, entrarían acá toda suerte de vicios como el alcohol, las drogas. Acá entra en juego la teoría de la relatividad sobre lo que cada quien considera exceso. Evidentemente es uno de los dos pecados que menos le preocupan a la gente.

La avaricia es un pecado detestable, quien peca por ella es alguien que le da poco o ningún valor a los demás en aras de obtener más dinero. En su insatisfacción eterna el avaro fácilmente cae en otros pecados conexos, tales como la traición, la deslealtad, la corrupción política y administrativa, el soborno, la extorsión. Todo por la plata, es el eslogan de los avaros.

La pereza es el otro pecado que no se toma como grave. Sin embargo, si el avaro es detestable, el perezoso es despreciable por su actitud tan pobre hacia el don de la vida. Acá caben todos los vagos y holgazanes de la tierra, aquellos que se muestran como incapaces de hacerse cargo de su propia existencia y terminan convertidos en una carga para sus familias, para la sociedad y para el Estado. En elecciones generalmente votan por candidatos populistas que les prometen cantidad de subsidios.

Pecados Capitales 2La ira es el más peligroso de los pecados porque significa el descontrol total de los sentimientos negativos. Su forma más leve puede ser la intolerancia, la impaciencia, el fanatismo religioso y político; pero cuando se desboca conduce al homicidio, a la venganza cruel. Educando los sentimientos desde la infancia podemos manejar los inevitables estados de ira que puedan despertarnos las circunstancias.

La envidia es quizá el pecado más abominable que existe, es el que nos lleva a desear el mal del prójimo, a causarle daño a alguien por el simple
hecho de que nos supere en algo tan trivial como el dinero o el aspecto físico, o en algo tan importante como la inteligencia, el carisma y la aceptación social. A la gente ordinaria no le gusta ver ojos bonitos en cara ajena y por ello agrede.

Hay quienes, con ironía, dicen que la humildad es la forma más sublime de la soberbia, pero lo cierto es que este pecado es radicalmente opuesto a la más sublime y admiradas de las virtudes: la humildad. La soberbia engendra varias faltas de todo tipo, como la vanidad, el engreimiento, el orgullo desmedido, la incapacidad de aceptar faltas y pedir perdón, la prepotencia, el deseo de humillar a los demás, la arrogancia. Siempre se ha dicho que es el más grave de los pecados capitales. Tengan cuidado.

D.R.A.

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