¡Pida la Palabra!

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Cuentan que alguna vez en un discurso de grado de bachilleres, cierto personaje en calidad de vocero de las altas directivas del colegio pronunció ante los estudiantes, profesores, padres de familia y demás asistentes a la ceremonia, un discurso bastante largo, bastante denso, cargado de un lenguaje pomposo y adornado con una cadencia que invitaba al más profundo sueño.

Se dice que al final lo único que consiguió fue aburrir, distraer y confundir a la audiencia con la lectura de semejante tratado que lejos de parecer un discurso reflexivo y motivador acabó siendo un sermón. No se sabe con certeza si esta historia sea real o sea un mito, pero retrata perfectamente la gravedad de las consecuencias que se generan del no saber hablar en público.

Partiendo del concepto de que hablar presupone mucho más que lo aparente de dejar escapar palabras de  la boca y que en su lugar conlleva el propósito de transmitir una idea, una información que genere un alcance que va más allá de lo explícito; hablar implica comunicar y la comunicación en sí es un privilegio exclusivamente humano y un arte, el arte de conectar con el otro y con la audiencia.

De por sí, hablar bajo el entendido de comunicar comporta una gran responsabilidad, pero esta se acrecienta cuando se hace frente a un público. Es ahí cuando lo corporal y lo mental confluyen en la voz y nace la  obligación de comportarse más que un presentador o expositor, como un artista capaz de comunicar integralmente, es decir, de transmitir guardando coherencia entre los pensamientos, las palabras y la acción bajo el refuerzo de una actitud segura, serena y confiable.

Es cierto que hablar en público va ligado al nerviosismo y a la ansiedad que muchas veces nos juegan una mala pasada y nos impiden comunicar acertadamente, dejándonos en ridículo y con un malestar que seguramente todos hemos experimentado. Pero también es verdad que existen ciertos factores que al ponerlos en práctica facilitan este ejercicio: establecer contacto visual con la audiencia, mantener una postura adecuada, manejar un buen tono de voz y una velocidad moderada en la lectura, así como reafirmar las palabras con gestos y movimientos, logran capturar al oyente.

Nada más agradable que un buen discurso emotivo o una exposición clara e informada con dinamismo y flexibilidad donde el “artista” se empodere de su papel y entable empatía con su público para que sus palabras generen entendimiento y recordación.

Por esto, más que pararnos frente a un auditorio a recitar un texto, el llamado es a encantar con una declamación que atrape, conduzca y cierre depositando un profunda sensación de satis-facción en el público y por ende en el “artista”..

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