Madres

madres_articuloCada año dedicamos un día para celebrarles a nuestras madres esa condición de seres especiales que las adorna y convierte en objeto de toda nuestra admiración y atención. Mayo es el mes de ellas y es más que un tiempo para dar regalos y tener detalles lindos como llevarlas a cenar: es un tiempo para reflexionar acerca de la calidad de la relación que como hijos mantenemos con ellas.

Si hay algo que bien podemos dar por descontado es que, muy seguramente, al momento de despedirnos de este mundo habremos de concluir que las mejores experiencias humanas que tuvimos fueron la de ser hijo y la de ser padres, de ahí que esas son las que debemos vivir con la mayor intensidad posible. Siempre se dijo que nada hay más seguro que la muerte y los impuestos. Pero a esta frase le falta una tercera cosa que, en estricto orden, debería ir en el segundo lugar: el amor de la madre. Nada hay más seguro y más fuerte que el sentimiento de una mujer por sus hijos, de manera que ese es el activo más valioso que cualquier persona puede tener.

En los primeros años la presencia muy activa de la madre con sus cuidados físicos y expresiones de afecto resultan indispensables para nuestra sobrevivencia y desarrollo emocional. Somos absoluta y deliciosamente dependientes de ellas: nos alimentan, nos asean, nos hacen juegos y echan cuentos, nos cantan, nos hacen reír, dormir, imaginar, soñar, nos curan de cualquier dolencia, nos enseñan cosas, nos protegen con su vida de cualquier peligro, en fin, durante la infancia hacen todo lo necesario, y más, para que nuestra existencia sea lo más feliz posible.

Y todo eso lo hacen sin esperar contraprestación alguna porque les prodiga la mayor satisfacción y realización personal, es simple y llanamente la naturaleza y la divinidad actuando a través del instinto maternal. Así, gracias a la protección de mamá llegamos a tener siete años de despreocupada existencia. Viene entonces eso que llaman el uso de razón, que no es otra cosa que nuestros primeros ejercicios de lógica y raciocinio luego de haber aprendido a comprender el lenguaje, con lo que entramos a formar parte de la vida social, desde una perspectiva intelectual.

Si nuestro primer ejercicio de uso de razón fuera tomar conciencia de la cantidad de ilusiones que nuestra madre se ha hecho con nosotros, lo pensaríamos muy bien antes de hacer cosas que la decepcionen o entristezcan. Es muy probable que cuando adultos no lleguemos a ser el Presidente de la República o el Ministro que ella alguna vez soñó que seríamos, o el Obispo o Papa que por un buen tiempo deseó que fuéramos, o el gran médico o científico de renombre mundial que le hubiese gustado, o el empresario multimillonario que vaticinaba en nuestro rostro infantil. No importa, nada de eso la desencantará de nosotros, nos seguirá amando igual. Lo que sí le causaría una gran frustración y un dolor infinito sería nuestra indiferencia, nuestra ausencia injustificada, nuestra frialdad y desdén.

Eso jamás lo entendería. Tener viva a la madre es el regalo más grande que podamos tener. Poder visitarla, conversar con ella de sus recuerdos de nuestra infancia, oírle sus consejos o sus regaños es una bendición de Dios de la que debemos disfrutar la mayor cantidad de tiempo posible, así vivamos lejos de ella. Las madres son mágicas y magas, siempre tienen la solución y el consejo preciso para lo que necesitamos, así tengamos días de nacidos o seamos ya unos viejos con nietos.

Sólo una vez nos causan daño: cuando se nos van porque termina su ciclo vital, no existe dolor más grande que despedirla, por ello debemos asegurarnos de que llegado el momento tengamos la satisfacción y la certeza de haber sido los mejores hijos con ellas. Sin embargo es tanto lo que nos quieren que no se van, se quedan metidas muy adentro de nuestro corazón, de manera que ahora la tenemos más cerca para sentirla, escucharla, abrazarla y consentirla.

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